ORPHEU

"Yo no soy yo ni soy el otro, soy algo intermedio”

Mi foto
Nombre:
Lugar: MADRID,LEÓN,ALGARVE

domingo, octubre 24, 2004

GENARO BENDITO QUE EN EL CIELO ESTAS ESCRITO (I)

Hubo dos Genarines . Bueno, tres, cuatro... o quizá ninguno como el que conocemos tras verlo estucado de patraña y piedad en el retablo fabulado de Pérez Herrero, poeta y mecánico dentista, vivaracho y entrañable personaje de la sátira y la copla con espolones, inventor y padre del mito genariano con el auxilio de otros tres evangelistas y una creciente tropa de discípulos que establecieron un anual homenaje póstumo a un personaje borrachuzo, afable y servicial, pellejero y carne de cañón en casas de puterío y establecimientos de caridad, o sea, llevador de palanganas y arrimador del plato a beneficencia, Genaro era tipo menudo sin más ingenio o lances que le hicieran inmortal, poca cosa de paisano, aunque entrañado en los paisajes vinateros de cada rutinaria tarde leonesa. Adicto al orujo y al chato de gorra, Genaro caía bien a los que caía bien, porque entre su tufo a pellejo y sus efluvios peleones, había quien le volvía la cara. Pero en la peña de Eulogio el taxista, de Picón y Pérez Herrero se le adoptó como mascota de chanzas y en alguna de sus estaciones de tasca y murmureo le tenían pagado todos los días su vaso de vino, ese que en efigie le siguieron pagando tras su muerte para que con el monto anual de estos escotes establecieran su funeral de cabos de año, su entierro en versos y mementos de rima chusca. Aquello nació como chirigota atravesada de unos cuantos que no se dejaban conmover o limitar por el levítico y penitencial aire que respiraba la ciudad en cuaresmas larguísimas y pasiones con tamborrada, faldumento y capirote. Fueron unos cuantos al principio, nada, los evangelistas, los apóstoles y otros pocos arrimados que en la noche del Jueves Santo –noche de trasiego y trasunto, de papones, rondas, bacalao y visitas a las magdalenas de jergón- partían de la calle de La Sal para ir rezando copla romanceada y antífonas de aguardiente por la espalda de la Catedral y la carretera de los Cubos –carretera, que no calle- hasta llegar al lugar exacto donde el hagiógrafo Pérez Herrero aseguraba que había sido abatido infamemente Genarín por el camión de la basura mientras meaba contra el murallón, martirizado por el progreso y la velocidad. Allí le echaban el último responso en pareados y rimas de pie quebrado; allí le honraban en una posa funeraria de respeto escojonado; allí el hermano escalador de aquel colegio apostólico y discipular trepaba por la carcomida muralla hasta depositar en una alta oquedad con aire de hornacina una botella de orujo y un queso, a veces naranjas; allí se le dejaba el piadoso responso, el ruego a Nuestro Padre Genaro, el clamor por su intercesión en esta vida perdurable y perdularia; y la comitiva continuaba su noche macerada en priva por otros rincones del viejo León, rinconadas de san Isidoro, plaza de las Tiendas, deshaciéndose el cortejo en la plaza del Grano.

Paradójicamente, tras la Guerra Civil -y en una España de tremendismo religioso y de nacionalcatolicismo- siguieron los discípulos de Genaro con su esperpento bufo y recreando aún más el mito, pues ahora le añadía Pérez Herrero otras circunstancias que engrandecían la talla del pellejero canonizado y sacralizado: a la Moncha, madama vieja de putas, le cayó el papel de la Verónica por haber tapado el rostro de Genaro muerto con un periódico –Diario de León era- en el que quedó estampada la faz del pellejero; a la comitiva apostólica se añadió el cortejo de piadosas mujeres; se estableció el comité de beatificaciones; y hasta se certificó un milagro obrado por intercesión del borrachín cuando un devoto, al orinar en el mismo lugar donde Genaro piso el primer escalón del otro mundo, evacuó una piedra, un cálculo renal que le alivió de sus agudas dolencias, oh milagro.

Así las cosas, pervivió el entierro de Genaro en la piojosa postguerra leonesa y, lo que es aún más asombroso, cada año crecía el número de integrantes de este duelo burlón, hasta el punto de que el propio gobernador civil de entonces, Rementería, espió por si mismo la magnitud de esta blasfemia y aquel mismo año, 1953, decretó taxativamente su prohibición. El camión de la basura había matado otra vez a Genarín.